Hace un año, alrededor de 800 simpatizantes de Donald Trump, trataron de tomar el Capitolio por la fuerza, dejando heridas que siguen vivas. Desde semanas antes del 6 de enero, se anunciaba la concentración en la Ciudad de Washington, para protestar por un suspuesto fraude electoral en contra de su candidato. Momentos antes del violento ataque, que la nación pudo seguir en vivo, en un mitín político a corta distancia del Capitolio, Trump se dirigió a sus seguidores. Rudy Giuliani, abogado personal del derrotado candidato republicano, hizo un llamado a un «juicio mediante combate», a la manera de los guerreros germanos de siglos pasados. La misión de la turba trumpista era, simplemente alterar el sistema democrático del país, y darle por la fuerza lo que no pudo ganar con votos. La violencia, la destrucción y la pérdida de vidas humanas es, para los demócratas un gravísimo, sin precedente, ataque a las instituciones nacionales. Para muchos republicanos solo fue un «acto patriótico» por defender lo que aún consideran, «el fraude electoral más grande y descarado en la historia de los Estados Unidos». Las heridas siguen abiertas y no parece haber señales de una seria y sincera reconciliación nacional.